Poesía desarraigada de los años 40: Dámaso Alonso

Fue un importante poeta, además de crítico literario y filólogo español. Nació el 22 de octubre de 1898 en Madrid y se licenció en Derecho y en Filosofía y Letras.

Tiempo antes de que estallase la Guerra Civil española cursó estudios en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, además de participar en la Residencia de Estudiantes, donde se encontró con Federico García Lorca, Luis Buñuel y Salvador Dalí.

Colaboró en la Revista de Occidente y en la poética Los Cuatro Vientos. Para reivindicar la poesía de Góngora, preparó su edición crítica de las Soledades (1927), cuya fecha de publicación da nombre a la generación de 27.


Tuvo un gran renombre como profesor universitario, enseñando lengua y literatura española en diversas universidades extranjera, destacando Oxford. Fue catedrático de la Universidad de Valencia y de Filología Románica en la Universidad de Madrid. Comenzó a ejercer como miembro de la Real Academia de la Lengua (RAE) en el año 1945, de la que fue director hasta su fallecimiento, y en 1959 en la Academia de la Historia. Fundó la colección Biblioteca Románica Hispánica y ha sido director de la Revista de Filología Española.

Le fue otorgado el Premio Cervantes. De su obra poética destacan: Poemas puros, poemillas de la ciudad (1921), Los hijos de la ira (1944), Hombre y Dios (1955) y Oscura noticia (1959). De su labor didáctica e investigadora: La poesía de san Juan de la Cruz (1942), Poesía española: Ensayo de métodos y límites estilísticos (1950), Estudios y ensayos gongorinos (1955).

Dámaso Alonso falleció el 25 de enero de 1990 en Madrid.




“Insomnio” de Hijos de la ira (1944)

Madrid es una ciudad de más de un millón de
cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me
incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o
ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido, fluyendo
como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de
cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren
violentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

























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